A ese cuadro se le sumaron afecciones ocasionales, como las anginas que sufre desde las últimas horas. "De ninguna manera utilizará eso como una excusa para no ir a declarar", afirmó un interlocutor.
Báez está enfocado en su situación. Repasa la causa judicial, habla por teléfono con sus abogados todos los días y recibe contadas visitas. También llama a su familia que, excepto su hijo Martín, sigue el tema desde Santa Cruz. "No quiere que su familia lo visite. No quiere que lo vean en este trance. Espera salir rápido", confió su vocero.
Su estadía en Ezeiza lo aisló. "No habla con nadie, sale al patio del pabellón, camina, se sienta, y luego del almuerzo pide ir a su celda, donde duerme una siesta", agregó una fuente de la investigación, que aclaró que "no es muy común" que los habitantes de una prisión pidan ir a la celda, ya que por el propio encierro prefieren estar en el patio y los lugares más amplios que tienen en el pabellón.
Los compañeros de pabellón son 14, todos mayores de 50 y de baja conflictividad. "Lo están midiendo", analizan. Báez se muestra "desconfiado" y "aislado", detalló la fuente. "No se quebró nunca, no se lo ve deprimido, ni afligido, y eso llama la atención", precisó la fuente.
La celda de Báez, de 7,5 metros cuadrados, sólo tiene una cama, un escritorio, un inodoro y un lavabo antivandálicos. El empresario no tiene libros, televisión ni radio y tampoco mucha ropa sino apenas "tres joggings que se los va cambiando, un par de remeras, un buzo, y zapatillas, todo sin marca", consignó la fuente.
"Báez come la comida del Servicio Penitenciario Federal, no se queja, y no pide que le traigan algo distinto ni que sus compañeros de celda cocinen algo especial, lo que es muy común en los pabellones, donde algunos detenidos son muy afectos a cocinar".